Ella recordaba la frase
que tantas veces le había dicho su madre:
el amor mueve el mundo.
Sabía que el planeta es muy grande por ello tenía miedo a que se detuviese. Así que cada mañana, besaba el cristal de su ventana, saludando al mundo con su cariño. Después de cumplir los diez años le daba vergüenza que los demás supiesen lo que hacía al despertarse, por lo que abría un poco la ventana y susurraba sus bonitas palabras rápidamente, para que ninguno la viese.
Sabía que el planeta es muy grande por ello tenía miedo a que se detuviese. Así que cada mañana, besaba el cristal de su ventana, saludando al mundo con su cariño. Después de cumplir los diez años le daba vergüenza que los demás supiesen lo que hacía al despertarse, por lo que abría un poco la ventana y susurraba sus bonitas palabras rápidamente, para que ninguno la viese.
Tras cumplir los veinte comenzó
a sentirse unida al recuerdo de su madre, por lo que comenzó a saludar al mundo
sin miedo, lo hacía con toda su fuerza, dedicándole el tiempo que sentía
que era necesario.
Cuando paso los treinta hablaba con voz fuerte y segura sobre cuánto le había ayudado en su vida
saludar, cada mañana, al mundo.
Había entendido que el amor que cultivaba y regalaba desde su ventana, le hace moverse serena por el mundo, sintiéndolo como su casa, respetando cada ser con el que compartía hogar.
Había entendido que el amor que cultivaba y regalaba desde su ventana, le hace moverse serena por el mundo, sintiéndolo como su casa, respetando cada ser con el que compartía hogar.
Su madre le regalo una
bonita razón para levantarse cada día.
Ella tuvo fe en sus palabras,
y la gentileza de ayudar al mundo.
de pájaros y arboles.